Extraño la partida y el regreso.
Aquella sensación de quedarme paralizado,
por el desarraigo mañanero.
Alienado empezaba el día, como en otra sintonía.
Lo extraño. Cada vez que me tomo unos mates en casa,
añorando aquellas épocas de matices informáticos.
Extraño el encuentro con impolutos compañeros,
de pensamientos ignorantes de lo absurdo.
Intolerantes, precavidos.
De insensibilidad futbolera, gastadora, insolente.
Los mediodías eran raros, dispares.
En las parrillas o en los bares
Algunas veces el delivery de pizza o empanada,
la mesa del taller bastaba para esos menesteres
y de sobremesa una sesión de juegos en red.
Extraño esos momentos unificadores de emociones,
de alegrías y de habilidades treintañeras.
Luego, la frágil parsimonia del sector ventas,
entristecía la tarde somnolienta que remontaba
después de las cuatro, con el cafecito apenas cortado
en taza grande, que amablemente traia doña María.
después de las cuatro, con el cafecito apenas cortado
en taza grande, que amablemente traia doña María.
la dulce señora de la limpieza.
Ella sabía que necesitábamos cafeína,
para seguir hasta las siete entre hardware y software.
Ya en la última hora del viernes,
se agigantaba la emoción de partir
hacia el hogar o hacia la facu.
Uno se siente enorme sabiendo que es viernes
y se cobra la semana.
Como extraño esos viernes, esperando a toda hora
aquellos blancos sobres,
aquellos blancos sobres,
y cuando el Jefe llamaba para cobrar,
y volvíamos por el pasillo cabeza gacha,
la desilusión se hacía carne y resignación.
Cada semana era igual pero se lo extraña.
Tantos años sin esperarlo.
Tantos años sin recibirlo.
Aun con la queja, aun con la angustia
Y al volver a casa o a donde sea,
todo pasa y todo queda.
Uno se acostumbra.
Se extraña la costumbre de sentirse digno cada viernes.
Alejandro Luna
Alejandro Luna