miércoles, 22 de octubre de 2014

Una tarde en el Hospital de Clinicas

Tarde llegamos tarde, y la triste agonía empieza.
La espera angustia la gente impacienta, la cola absorbe sensaciones profundas.
Personas agobiadas por el trato devienen en enardecidas bestias alocadas que disturban con atropellos.
Es una selva que atrapa al más débil. Una colosal estructura corrupta aplomada aburguesada que distorsiona las realidades más nobles más sinceras más cercanas a nuestra vida.
 El turno de anotarnos llego y apenas nos quedan 30 minutos para comer algo, ya que a las 13hs  tenemos que estar en la puerta para que nos llamen en el horario caprichoso que la diagramación establezca. No hay un  orden, no hay una línea correcta que nos permita tener   idea de cuando llegara el llamado.
De repente empiezan a nombrar a unos y a otros, que si llego primero, que llego último, la gente se cansa y la señora de cabellos blancos y voz aflautada responde mal y cierra la puerta. El malón se impacienta, ejercen presión. Algunos que estaban adelante otros detrás, y la impaciencia vuelve a ser protagonista de la historia de cada día, de cada sección del hospital público.
Cayendo en la aceptación mas resignada que tiene el ser, relajado el cuerpo y el alma ante la prolongación de la espera aparece un llamado, desde el fondo, atravesando todas las almas expectantes y otra vez resonado en el largo pasillo de consultorios! Martin Luna!  Y rápidamente con alas en los pies llegamos al consultorio para entregarnos a nuestra atención médica. 20 minutos después estábamos de regreso.
Habian cambiado el sistema de atención para que sea mas eficiente me explico el doctor, pero claro, no lo comunican a la gente y el que no sabe es como el que no ve, vio?. No podemos adivinar solo resignar nuestra voluntad a la triste realidad que nos brinda el Estado para acceder a servicios de calidad.
Nunca las cosas son como las  imaginamos sino la vida no tendría sentido y este escritor nada para escribir 

Alejandro Luna

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