orrí las cortinas del gran ventanal y,
fastuoso enmarcaba como un óleo gigantesco, la hermosa panorámica de los
cerros. Tímido el sol asomaba sobre la capa de escarcha que cubría parques y
plantas del lugar. Me quede unos minutos admirando el paisaje a través del
vidrio que dejaba ver, allá no muy lejos, los cerros nevados cubiertos por
pequeñas cumulus que se dejaban llevar al ritmo caprichoso del viento. Por un
momento me absorbió un vago recuerdo…
La campanilla del teléfono disipó mi divague
mental. Un taxi estaba esperándome en la puerta del hotel. Con la mano casi
temblorosa intente apagar el cigarrillo a medio terminar en el mar de colillas
que inundaban el cenicero de vidrio que adornaba el pasillo. Tome el ascensor
rápidamente con la mente aun en ese recuerdo. Unas gotas de sudor corrían a la
altura de mis sienes, característico de mis nervios que disimuladamente trate
de controlar bajo la mirada de una dama con la que compartí el elevador. Al
salir del hotel aborde el auto con prisa. La mañana estaba fría. Salta tiene un
clima muy particular, por las mañanas y entrada la noche hace frio, pero en el
medio, ¡al mediodía el calor se hace sentir!.
Más allá que el motivo de esta
última visita haya sido una reunión de negocios inmobiliarios, acostumbraba a viajar
a diferentes lugares. En una oportunidad tuve la posibilidad de ir a España con
unos compañeros de estudios y nos cautivó el lugar sobretodo el Camino de
Santiago que entre los tantos que sabíamos que había tomamos el llamado Camino
Inglés. Como estábamos en Galicia nos
acercamos a Naron para comenzar la recorrida. Fue una experiencia inolvidable.
Siempre me gusto viajar en distintos medios de transporte; en auto, avión,
barco, pero mi preferido es el tren. Me apasiona el sonido de su andar, su estructura
tiene algo especial, el chillar de sus ruedas sobre las vías, la unión de los
vagones y el movimiento pendular le dan características románticas… (Me enamore
de mi amada esposa en un tren). Mientras pasábamos por la comisaría y la plaza
principal de la ciudad de Salta, me invadió el mismo recuerdo que en la
habitación, recordé mi primer viaje.
Fue hace unos veinticinco años, para marzo de 1988, yo era muy joven y
mis ilusiones estaban puestas en aprender mecánica de competición con mi tío
Ruben, el cual tenía experiencia de muchos años en el automovilismo. Los
primeros meses intente acostumbrarme al lugar pero las cosas no estaban fáciles
ahí, y lo peor de todo fue que no había carreras de autos en esa época de
crisis (pequeño detalle que no había tenido en cuenta) Como dije antes había un
receso indeterminado de actividades automovilísticas pero además, la tranquila
vida de la provincia estaba afectándome. No había podido cambiar el ritmo.
Seguía acelerado. En pocas palabras extrañaba el vertiginoso ritmo citadino de
la Capital Federal y me estaba volviendo una carga para mis tíos, (el trabajo
en el taller era muy escaso), claro, no había carreras. Después de hablarlo con
los tíos, decidimos que lo mejor seria emprender el viaje de regreso a Buenos
Aires. Recuerdo las palabras de mi querido tío poco antes de dejarme en la
estación: --
-Un amigo me consiguió un boleto de la legislatura de esos que usan
los políticos, si te llegan a preguntar tenes que decir que viniste a salta a
hacer una comisión de servicios. –
-Seguro que las carreras vuelven el año próximo, changuito. -
En su mirada triste y melancólica, el sabía
que no volvería a verme. Habíamos llegado forjar una gran amistad.
Nos despedimos con un fuerte abrazo y me
quede solo en la estación mientras esperaba la formación. Luchando con
sentimientos encontrados, remordimiento y pena por abandonarlo y a la vez,
alegría y alivio por regresar a casa.
Una hora después ya estaba en viaje de vuelta
al aquelarre porteño. La situación económica de mis tíos era ajustada pero con
infinita bondad me dieron un poco de dinero y una vianda para el viaje. La
travesía era lenta y monótona. Llegada la noche y por algún lugar entre Tucumán
y Santiago del Estero, descubrí que no me quedaba más comida. Habían
sobrevivido tres pancitos y algunos pesos.
Como a las 23 hs. el tren paro unos minutos en Santiago, lo suficiente
para que (desde la ventanilla) pudiera comprar unos quesillos que vendían
personas del lugar. En ese momento no pensé en exámenes de bromatología o nada
por el estilo, el asunto era aprovisionarme y a bajo costo. Después de un buen
sándwich de queso autóctono, me dormí.
Cerca de las 7 de la mañana llegamos a Córdoba. Ahí el convoy se detuvo cerca
de una hora así que con el dinero que quedaba desayune y compre cigarrillos,
unas galletas y una bebida. Hasta mi última moneda quedo en esa estación cordobesa
. Minutos más minutos menos, el tren emprendió su última etapa, directo a la
estación de Retiro. Más distendido, alimentado y con provisiones aproveche para
disfrutar un poco del paisaje. Era una mañana fresca y el aire campestre por
donde circulaba el tren renovaba el agotamiento del largo recorrido. Habían
transcurrido veinte horas de viaje. No pude evitar hacer una comparación de la
forma de vida de la capital con respecto a las provincias. La gente con su
manera tan particular de vivir, sin ese ritmo alocado que tenemos en Buenos
Aires, la siesta, y la forma de ser de toda esa gente linda. Adopte mucho de lo
que viví en mi corta estadía en Salta. Llegue a tomar distancia del ritmo
vertiginoso que siempre imponía el monstruo urbano. Una pareja de ancianos que
paso por al lado mío me saludo, con la naturalidad propia de la práctica
habitual. A eso me refería. Al llegar a Rosario, recordé los días que había
estado ahí. Todavía no había podido volver, es muy parecida a Buenos Aires, su
forma urbana, pero quizás menos alocada. Un sacudón me alejo de los recuerdos y
es que el tren se había detenido. Intente ver desde la ventanilla y a lo lejos
divise al guarda (el tren era muy largo). Fui hasta la puerta del vagón para
ubicar al inspector y justo venia avisando que íbamos a demorarnos un buen rato
por un desperfecto. Regrese a mi asiento y aproveche para tomar nota de las
cosas que me iban sucediendo en el viaje. Curiosamente no había conocido a
ninguna chica… (Es que los pensamientos y los recuerdos habían ocupado todo mi
tiempo). Esta vez, la nostalgia invadía mis células. La melancolía estaba
cambiando mi forma de ser, ya no era el pícaro joven arrogante que se llevaba
el mundo por delante y, que ninguna chica por difícil que fuera podía
negársele. ¿Madurez quizá? ¿Remordimiento de conciencia? No sé, pero con el anotador en la mano me
quede dormido. Ya en algún lugar de la provincia de Buenos Aires, podía
percibir la atracción de la ciudad y aunque estábamos transitando por alguna
zona suburbana, se notaba que la fisonomía y el ambiente habían cambiado.
Llegando a Retiro el guarda pidió los boletos, una gota de sudor recorrió mis
sienes como cada vez que me pongo nervioso. El inspector ferroviario me interrogo
un rato sobre el origen de mi pasaje hasta que mi relato lo convenció. Por un
momento llegue a pensar en lo peor, pero si algo bueno tenia era mi poder de
convicción. (Lástima que no se emparentaba con mi autoestima). El hombre se
convenció y yo sequé mis gotas de sudor. Una vez sorteado el trance, empecé a
preparar mis cosas.
Al llegar a la estación de Retiro, y después de 36 Hs de viaje en el
Estrella del Norte, mi travesía había concluido. Atrás había quedado una
experiencia de vida que marcó mis días venideros. Luego de encontrarme con mi
familia que esperaba en el andén y pasados los momentos emotivos del
reencuentro nos dispusimos a regresar a la casa. Una vez en el auto, parte de mí
se lamentaba por el regreso, pero sabía que era cuestión de tiempo para volver
a acostumbrarse, y así fue.
Después de recordar aquel viaje y una vez terminada mi reunión, camine
por las calles varias horas. Transite por aquellos emotivos recuerdos y me
pregunte: ¿y si en vez de viajar en avión regresara en tren? Volví a hotel, cancele mi pasaje de avión,
agarre mi valija y fui directamente a aquella vieja estación. Esta vez compre
el boleto (había trasbordo en Tucumán) algunas cosas habían cambiado. Fui hasta
el andén y allí estaba aquel viejo banco, como hace veinticinco años…
Alejandro M. Luna