jueves, 7 de abril de 2016

Viejas historias de futbol

La luz de la calle dejaba ver en su aureola luminosa, la tenue lluvia que desde la noche anterior caía sobre Buenos Aires. Casualmente el otoño había llegado dejando atrás el último aliento de un verano sofocante. Mientras miraba como las hojas de los arboles bailaban al compás del viento, fumaba mi cigarrillo habitual como cada noche después de la cena. Un ritual afrodisiaco y tranquilizante que nublaba mi percepción por unos minutos hasta que la nicotina nivelaba su efecto dopante en mi cerebro. Mi cuerpo se negaba a abandonar esa sensación que solo recibía al anochecer. El follaje danzarín y la turbia sensación me retrotrajeron a la niñez.
Villa Urquiza es el barrio donde nací. Con sus calles arboladas y vírgenes de edificios, corría el año 1978 y la propuesta inmobiliaria todavía no había alcanzado esas cuadras barriales con sus veredas cubiertas de árboles altos y frondosos que se llenaban de chicos cada tarde, después de tomar la leche,  hacer los deberes o mirar en la tv al capitán Piluso. generalmente despues de las cinco de la tarde, todos salían a pedalear sus bicis, a jugar a la rayuela o a pelotear, improvisados picaditos, en la calle y, a los que siempre se prendía algún que otro vecino que pasaba por ahí, pero dos por tres interrumpido cada vez que pasaban los automoviles tocando la bocina e interrumpiendo el fubol callejero.
Cada tarde después de las cinco, todavía masticando una tostada de la merienda, saludaba a mi abuela que siempre estaba en la máquina de coser, y a mi tía Rosa que me miraba  desde el fondo del PH, entonces cruzaba el largo pasillo de la casa de Capdevila 3439, para salir a la vereda llevando en una mano la pelota de cuero n° 5 que orgullosamente me había ganado al completar el álbum de figuritas, del futbol argentino y en la otra,  mis infaltables guantes de arquero. 
Como cada tarde me quedaba esperando a mis amigos de la vuelta para que me tiraran unos penales en la gran cortina metálica de la fábrica Chitex, que se encontraba a mitad de cuadra y que a esa hora estaba cerrada. Jugábamos sin parar hasta las siete y media de la tarde en invierno. 
Cuando empezaba a oscurecer, uno a uno los jugadores iban siendo llamados por sus respectivos padres – ¡Sergio!  ¡A comer!, Ale ¡venís ya! Y así, con la cabeza gacha, cada uno al vestuario del hogar con la esperanza de que al otro día no lloviera y poder jugar de nuevo a la pelota.
El sábado era especial. Los partidos eran más organizados y ya no lo hacíamos en las veredas o en el asfalto, sino en el pasto o en la tierra de los diferentes parques que lindaban con el barrio. Uno de ellos, el que más nos gustaba, se llamaba “Las siete canchitas”, lo que hoy sería la parte de atrás del parque Sarmiento. Un lugar muy extenso donde hoy se encuentran edificios como la embajada de la República Popular China. En frente de las canchitas vivían mis Primos Andrea y Mariano con mis tíos Conce y Juan José. Ahí entre montañas de tierra y arcos improvisados con la ropa que nos sacábamos, nos pasábamos las horas jugando interminables partidos de futbol, verdaderos campeonatos entre diferentes equipos del barrio. Chicos de 9 a 13 años, jugando con todo fervor para defender la camiseta de la cuadra, poniendo el corazón en cada pelota, en cada atajada. Discutiendo cada fuera de juego o alguna infracción. Nos tomábamos en serio la situación, hasta que llegaban los más grandes y por una cuestión de supervivencia, dejábamos las canchas y corríamos como locos riendo y gritando sin parar por la antigua av. Republiquetas. Hacíamos una parada en lo de Don Saúl que siempre tenía la manguera de agua lista para que saciáramos la sed o le tocábamos el timbre a mi tía Coca que todavía vive en la calle Bucarelli al 3400 y seguíamos camino cada uno a su casa.  Soñábamos con jugar al futbol de verdad en los clubes grandes, con el público gritando y alentando.  - Las gambetas de Sergio Buonomo, - la seguridad de Sergio Canosa, - la potencia de Guillermo y los cabezazos de Alberticu y las voladas de Alejandro Luna y la firmeza de Carlitos Fernández.
Las interminables fantasías algún día se harían realidad,  así fue para mí en alguna cancha de futsal o con mis hijos en la play 2.


Nigth Club Karim´s

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