Tarde llegamos tarde, y la triste agonía empieza.
La espera angustia la gente impacienta, la cola absorbe
sensaciones profundas.
Personas agobiadas por el trato devienen en enardecidas
bestias alocadas que disturban con atropellos.
Es una selva que atrapa al más débil. Una colosal
estructura corrupta aplomada aburguesada que distorsiona las realidades más
nobles más sinceras más cercanas a nuestra vida.
El turno de anotarnos
llego y apenas nos quedan 30 minutos para comer algo, ya que a las 13hs tenemos que estar en la puerta para que nos
llamen en el horario caprichoso que la diagramación establezca. No hay un orden, no hay una línea correcta que nos
permita tener idea de cuando llegara el
llamado.
De repente empiezan a nombrar a unos y a otros, que si
llego primero, que llego último, la gente se cansa y la señora de cabellos
blancos y voz aflautada responde mal y cierra la puerta. El malón se
impacienta, ejercen presión. Algunos que estaban adelante otros detrás, y la
impaciencia vuelve a ser protagonista de la historia de cada día, de cada sección
del hospital público.
Cayendo en la aceptación mas resignada que tiene el ser,
relajado el cuerpo y el alma ante la prolongación de la espera aparece un
llamado, desde el fondo, atravesando todas las almas expectantes y otra vez
resonado en el largo pasillo de consultorios! Martin Luna! Y rápidamente con alas en los pies llegamos
al consultorio para entregarnos a nuestra atención médica. 20 minutos después estábamos
de regreso.
Habian cambiado el sistema de atención para que sea mas
eficiente me explico el doctor, pero claro, no lo comunican a la gente y el
que no sabe es como el que no ve, vio?. No podemos adivinar solo resignar
nuestra voluntad a la triste realidad que nos brinda el Estado para acceder a
servicios de calidad.
Nunca las cosas son como las imaginamos sino la vida no tendría sentido y
este escritor nada para escribir
Alejandro Luna
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